La pasada semana, la comunidad cristiana, ha observado conmocionada la aprobación en el estado de Nueva York de la ley que permite el aborto durante todas las etapas del embarazo, lo que significa que incluso puede abortarse un día antes del parto. Igualmente vemos con asombro el que el mayor parque Disney anuncie esta semana ser anfitrión de un desfile para la comunidad LGBT en Magic Kingdom Paris.
Este tipo de noticias deberían animarnos a retomar nuestros valores cristianos. Valores que no solo encontramos en la Iglesia católica, sino en la mayor parte de las creencias.
La Biblia lanza un mensaje esperanzador al mundo. En las palabras de Cristo en el nuevo testamento y en las palabras de sus apóstoles; encontramos mensajes de amor, esperanza, fidelidad y coraje. Nos llaman insistentemente a través de los siglos a no tener miedo, a perdonar hasta lo inexcusable, a proteger la vida, la familia, la paz, la justicia, la humildad, la fidelidad, la indisolubilidad del matrimonio; a proteger al pobre, al enfermo, al desvalido. Nos exige en sus mandamientos a honrar a los padres, a honrar la verdad, a amar al prójimo y por sobre todo a poner a Dios en primer lugar en nuestras vidas por la sola razón de que, sin Él, nada de lo anterior se puede conseguir, pues Él es la fuente de la que mana incesantemente toda posibilidad de perfeccionar cualquier atributo o virtud.
El mundo en lugar de abrirse a Dios se ha replegado hacia sí mismo, lo que ha provocado que vivamos en un mundo desesperado, persiguiendo nuestros propios caprichos. Poniendo toda nuestra atención en las cosas del mundo y lejos del mundo invisible que grita dentro de cada uno de nosotros. Lo único que hemos logrado es ahogar la voz de nuestra conciencia; hemos tapado el sol y a media luz no podemos tomar decisiones coherentes que nos abran al mundo que nos propone Dios, fuente de toda sabiduría.
Así como un niño no tiene la capacidad para tomar decisiones importantes pues no cuenta con la experiencia y la visión que se requiere; de la misma manera, sin Dios no podemos elaborar leyes y resolver los problemas del mundo confiando en nuestras solas capacidades y nuestra buena voluntad pues somos limitados de mil maneras. Cuando uno busca a Dios, Él nos revela cosas en el corazón y nuestro entendimiento sobre el sentido de la vida y la verdad de nuestra existencia toma otra dimensión.
Quiero decirte que nuestro objetivo como seres humanos no es alcanzar una felicidad egoísta. Nuestra misión y que resuene bien fuerte no es ser felices, olvídate de buscar la felicidad porque esa felicidad que buscas lejos de Dios esta hueca. Se te escapara en cada esquina como el agua de las manos. Siempre quedaras vacío.
Nuestra vocación, nuestra más alta vocación como hombres y mujeres es ante todo y por, sobre todo: buscar a Dios, conocerlo, amarlo y servirlo; es en este proceso que la felicidad en su plenitud se adueñará de la columna vertebral de tu existencia, de manera tal, que incluso en medio de las crisis la paz alcanzada no podrá dejarte.
Dios nos ama tal cual somos, con nuestro lado bueno y el lado malo, pero si hay algo en la vida que ponga distancia entre tu vida y El, es importante que te deshagas de ello porque te quitara algo muy valioso, te quitara la vida de Dios en ti, que se traduce en la gracia que Dios deposita en cada uno de nosotros solo cuando nos acercamos a Él.
Esta gracia es de vital importancia, porque Dios la alimenta, alimenta esa vida que te transforma en algo que jamás pensaste podías ser. Tu vida dará un giro tan tremendo, que no podrás entender haber sido otra cosa en otro momento.
Cuando obramos lejos de la ley de Dios, perdemos su gracia y empezamos a vivir como podemos, limitados, desarmados, abatidos por todos lados, si algo me produce felicidad hay algo más que me la quita, que me cuestiona.
Como nos repite San Pablo, “La gracia de Dios es suficiente”, es todo lo que necesito y es lo único que debo perseguir, El depositará en mis manos todo lo que a mi vida le falta, en el momento que menos me lo espere.
Lorena Moscoso
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