Hoy quiero reflexionar sobre la Voluntad de Dios. Esta frase del Padre Nuestro que dice “Que se haga Tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Podemos repetirla mil veces en nuestras oraciones, pero en algún momento durante nuestra vida, debiéramos aprender a decir consciente y decididamente “que se haga como Tú dices, porque tú sabes más que yo, porque yo solo veo una cara de los problemas y de la vida, pero Tú lo conoces todo y lo ves todo, aunque resulte difícil, haz de mi lo que quieras”.
Estamos tan distantes de Dios en nuestras cosas diarias que nos hemos acostumbrado a caminar por la vida confiados en que las decisiones que tomamos son las mejores, y no necesitamos de nadie más. Pero existe un mundo diferente cuando haces que Dios esté presente en todo, incluso en lo mínimo, cuando persiguiéndolo aprendes a amar más, y dejarlo de una u otra forma hacer las cosas en tu vida. La vida resulta distinta, enriquecedora de mil maneras. No hay espacio en estas páginas ni en ningún libro para poder explicar la riqueza de tener a Dios como algo propio, como algo tuyo, como lo más valioso que tienes y que El mismo te tome en sus brazos y te tenga fuertemente atado a su corazón.
Uno no puede “hacer” su Voluntad y entenderla si no estás cerca. Si oramos un día sí y otro no, no lograremos ni conocerlo ni construir vínculos con El. Dios seguirá en estas condiciones siendo nada en tu vida. En cambio, si caminamos juntos, si nuestra búsqueda es continua llegaremos a sentirnos amados. Dios va inspirando en nuestras vidas el querer seguirlo y conformar nuestra voluntad a la suya, que sabe más, que sabe lo que nos hace bien y lo que nos conviene. Orar y amar a Dios es como una relación de novios que están profundamente enamorados; delicada, que va llenándose de afectos, de detalles, de mimos. Dios nos mima y lo sentimos hasta en lo pequeño y mientras más nos acercamos, más cerca nos quiere y nosotros más cerca lo queremos tener y nuestros deseos se aproximan a Sus planes hasta que terminamos queriendo lo mismo. Ya no nos enfrentamos al sufrimiento, porque incluso en medio de este y sobre todo en estos momentos Dios es una montaña que vive adentro tuyo. Y en ese camino deseamos estar sin apartarnos por un minuto de su presencia, de su divina voluntad que ya no es solo suya sino también la nuestra. Podemos discernir que las cosas que le hacen bien a nuestro corazón y a nuestra vida no provienen de otro que no sea El. Podemos reconocerlo, buscamos agradarle, seguir sus planes y seguirlo hasta la otra vida, con la plena confianza como con nadie, de que sus caminos son los mejores y los únicos que nos conducen a alguna parte.
Si al principio teníamos una idea de cómo podría resolverse tal problema, de pronto vamos entendiendo que hay caminos que son mejores, aunque a veces vayan más lento, aunque de pronto hayan pausas o retrasos.
Hacer la voluntad de Dios no es solo obligarse a cumplir con lo que te dicta la conciencia, las normas morales y los mandamientos, es también entender que hay caminos que son necesarios de andar y que inicialmente no estaban en tus planes.
Los planes de Dios no son fáciles de seguir, tienden a sacarnos de nuestras comodidades, no se entienden, en ocasiones no hacemos más que enfrentarnos a los sufrimientos, tratando de evitarlos, alejarlos, desaparecerlos. Pero lo cierto es que los sufrimientos tienden a ponernos de rodillas y a acercarnos a Dios, resultan una especie de llamada de atención que nos hacen buscarlo con mayor intensidad; empezamos a rezar, a veces con desesperación y esto nos mantiene cerca de sus cosas,
orando, suplicando, esperando en El. Es en este andar de oración que vamos tan aferrados a El que sin darnos cuenta vamos aprendiendo y nutriéndonos de su sola presencia. No nos dimos cuenta de que el sufrimiento fue la razón para tomarnos fuertemente de Su mano. A veces el sufrimiento resulta un camino bendecido. A fuerza terminamos andando por lugares desconocidos y hostiles, pero Dios nos deja ver al final que en este andar fuimos descubriendo lo más valioso: A un Padre.
Quien vive cerca de las cosas de Dios se convierte en Sus manos, en sus palabras, es un canal abierto para llevar amor y luz a las miserias de la humanidad, es una luz para los que sufren porque en estas almas podemos ver que Dios vive y se aproxima a sus hijos. En esto podemos ver que Dios sigue presente entre nosotros, como cuando Jesús caminaba entre los hombres, entregando todo lo que tenia del Padre para darse a si mismo al otro, con ese amor que iba fluyendo constantemente hacia el último rincón del mundo, allí donde encontraba un alma rota por el sufrimiento.
Conviene saber con absoluta certeza de que Dios está siempre entre nosotros y con nosotros. Pero esta inmensa realidad solo podemos descubrirla en el alma, despertar nuestros sentidos a explorar esta dimensión es algo necesario para todos, es un camino que sorprende de maneras inesperadas, que enriquece nuestras vidas en todas sus direcciones y que nos hace experimentar el verdadero sentido de nuestras vidas y de nuestra humanidad en todos los niveles. Te invito a explorarla y a abandonarte con plena confianza en sus manos benditas.
Lorena Moscoso
Luz El Trigal
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