“¡No tengas miedo!”
“¡No tengas miedo!” es una de las frases de San Juan Pablo II que en todo mi proceso de discernimiento ha sido la que ha llegado a mi corazón para que yo dé rienda suelta a mi primer y único amor. No piense estimado lector que le voy a contar una historia con sucesos extraordinarios soy una mujer común y corriente con aspiraciones, sueños y metas planteadas para un futuro prometedor.
Pero voy a empezar contándole que tengo una familia hermosísima, Dios me bendijo con unos bellos padres y una hermana y hermano los cuales me han dado cinco sobrinos a los cuales amo con todo mi corazón. Mi colegiatura fue de lo más normal, eso sí soñando con ese primer amor que Dios no permitió que llegara. Al cursar el último curso del colegio el Señor me tenía preparada una prueba la cual tenía que afrontar y fue la enfermedad; fue algo muy duro para una joven de 17 años verse postrada en una cama de hospital por un mes, pero estoy segura que fue el comienzo de mi historia de amor.
Siempre he afirmado que la universidad ha sido la mejor etapa de mi vida, he conocido gente maravillosa de la cual he aprendido mucho, pero también a nivel interior ha sido un período que lo puedo denominar de “frialdad espiritual” ya que no quería ir a misa ni rezar el Rosario. Para mí era algo tan ajeno pensando que son cosas que solo las beatas hacían, pero ahora puedo afirmar que este era el principio del proceso, el Señor iba trabajando la tierra de poco a poco de forma misteriosa.
Estoy segura que cuando alguien le pregunta a usted acerca de su primer amor, surgen un montón de sentimientos, recuerdos, anécdotas, suspiros, en fin, cada uno tiene su historia y ahora me tocó contarle a usted mi historia de amor:
Al terminar las últimas materias de mi carrera, me fui dando cuenta de que la mayoría de mis amigas tenían novios estaban comprometidas, y me fui cuestionando por qué yo nunca había tenido chico y fue algo que llegó a afectarme bastante hasta el punto de caer en una fuerte depresión.
Mi autoestima estaba por los suelos, todos los días lloraba, no quería verme al espejo, mi vida no tenía sentido. Iba a la universidad a calentar el asiento como se dice popularmente porque mi mente estaba sumergida en un dolor y en una confusión de saber porque yo no tenía chico, mi cabeza creaba mil justificaciones, pero nada daba paz a mi corazón estaba metida en un agujero negro que no tenía salida.
Y fue un día que un amigo de mi hermana el cual me gustaba me llamó para invitarme a salir, era algo que no podía creer, me puse tan feliz, por fin Dios había escuchado mis oraciones y me mandaba la persona perfecta con la cual podía empezar una relación porque todo indicaba que este chico se me iba a declarar porque hablamos todos los días, era increíble.
Pero no fue así, el Señor había puesto a este muchacho para otros fines en mi vida, él es mormón y todo su interés giraba en acercarme a su iglesia para bautizarme. Fueron varias veces que discutimos por lo que pensaba de la iglesia católica pero sorprendentemente fue saliendo de mi corazón una identidad que solo pudo ser infundida por el bautismo que es la de ser hija de Dios y sobre todo amar y defender a la Iglesia Católica.
A pesar de esto, yo seguía con la idea de que con este chico iba a empezar una relación. Mi corazón albergaba la esperanza de que podía haber algo; pero no fue así, este gran amigo fue la pieza angular que me devolvió a mi iglesia. El hizo que mi corazón se sacudiera y se dé cuenta del tesoro que yo tenía en mis manos y no sabía valorarlo. Gracias a él, Dios pudo ir acariciando de a poco mi corazón para irme mostrando el gran regalo de amor que tenía preparado para mí.
Y fue un mártes por la tarde. Tenía que verme con un sacerdote amigo de mi prima a las 15:00 pm en su casa. Ella me advirtió que era seco al hablar y que no me sorprendiera y asustara si levantaba la voz. Mi mamá muy preocupada por mi situación emocional le pidió a mi prima que me ayudará pues me veía muy deprimida y fue así que Dios me habló por primera vez por medio de un sacerdote santo, pero a la vez humano como usted y como yo con defectos y virtudes, pero siendo instrumento de nuestro Padre.
El espero que le contara todas mis penas y mi vida entera que se iba en lágrimas y lágrimas. Cada gota era una alegría o una pena. Después me dijo si podía cederle la palabra y claro que lo hice y le soy muy sincera estimado lector, pero piense: ¿cómo una persona que ves por vez primera puede conocer tu corazón de par en par y decirte cuáles son tus heridas y las más profundas?
Solo un Padre puede conocer a la perfección a sus hijos; y por medio de este sacerdote Dios me dijo que me AMABA GRATUITAMENTE, que no mendigara amor. Fue en este momento donde el Señor purificó mi corazón, sacó todo lo seco y lo espinoso para que pudiera estar preparada para recibir el regalo más grande que un Padre puede dar a su hija: Su vocación.
Gracias a las discusiones que tenía con mi amigo mormón empecé a interesarme más por las cosas de la Iglesia Católica. Así, una noche me encontré con un programa en EWTN que se llama “Son By four tv” que me encantó, tocaban temas actuales y preguntaban sus dudas a un sacerdote capísimo. En esa oportunidad estaban hablando de la vocación y discernimiento (me sorprende ver de los medios que se sirve el Señor) y con lo que me quede fue lo siguiente: “Anda ve al santísimo y pregúntale: qué quieres de mi Señor”.
Pues bien, al día siguiente me acerqué a mi mami y le pregunté si podía acompañarme a una Iglesia a ver al Santísimo. Yo me imaginaba la imagen de algún santo o de Jesús en la Cruz, pero me sorprendí al encontrarme con un pedazo de pan al cual tenía que preguntarle qué esperaba de mí y para que me había creado. Después de haber descubierto quien estaba presente se me hizo una adicción ir a verlo y quedarme horas a charlar con Jesús y es ahí donde Dios puso la semilla de mi vocación donde me robó el corazón y me enamore completamente de él.
Y este amor me llevó a decirle SI con toda mi libertad, a no tener miedo a entregarle mi vida, a ser una persona que va en contra de la corriente luchando para vivir como Dios quiere, buscando la santidad en las cosas ordinarias de la vida, haciendo bien mi trabajo que es para gloria de Dios y queriendo mucho al Papa y a nuestra querida Iglesia y viviendo un celibato apostólico que me llena de alegría porque de esa manera yo sirvo a Dios y a mis hermanos los hombres.
“¡No tengas miedo Valeria!”, esas fueron las palabras de Jesús que me llenaron de confianza porque uno cuando ama se entrega a su amor y no se olvide lector que Dios nos llama por nuestro nombre y que seguirlo es lo más seguro y hermoso. La vida sin él no tiene sentido y nuestra estadía en la tierra es un tiempo para merecer el reino de Dios por medio de la lucha y sobre todo la fidelidad a las circunstancias y realidades que nos tocan vivir. Por último, no se olvide que todas las cosas que suceden en su vida es porque Dios lo permite y porque solo de Jesús pueden salir cosas buenas.
Es por esta razón que yo animo al que ha leído este testimonio de amor que le pregunte al Señor:
¡Qué esperas de mi Señor, para que me creaste!
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