Una de las cosas que nos causa gran decepción, es que nos inciten a orar y al hacerlo no conseguir lo que esperamos. ¿Qué sentido tiene entonces mi oración si con muchísima probabilidad Dios no responderá a mis pedidos?
La Biblia nos habla sobre la oración de principio a fin y todo lo que nos dice tiene un gran valor para entender cómo debemos orar. Personalmente creo que sí existe una fórmula para que Dios atienda nuestras súplicas y quiero compartir lo que he podido aprender sobre la oración.
Invocar al Espíritu Santo
Jesús nos asegura lo siguiente: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá (…) ¡Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!” (Lucas 11, 9-13). También nos asegura todo esto en otras partes de la Biblia como cuando dice “Les aseguro que todo lo que pidan en mi nombre yo lo haré” (Juan 14, 14); o cuando dice “Todo lo que pidan en oración con fe, lo alcanzarán” (Mateo 21, 22).
El pasaje que quise destacar nos habla del amor y voluntad de Dios por querer estar presente y proveernos de todo lo que necesitamos. Noten que este pasaje no solo nos alienta a pedir por nuestras necesidades, sino que también nos revela que, para orar debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo pues es quien se adelanta hacia Dios para pedir sabiduría, para saber qué y cómo pedir. De modo que, debemos primeramente invocar al Espíritu Santo para dirigirnos a Dios en toda ocasión. Los siguientes pasajes nos hablan de “abandonar” todas nuestras peticiones en Sus manos sabiendo que de todo se ocupará El para nuestro mejor provecho, entendiendo que abandonar significa dejarlo todo en la oración.
Orar siempre
Otra de las pautas que nos revela la Sagrada Escritura en palabras de San Pablo es que debemos “orar sin cesar” (Tesalonicenses 17-18). Si no oramos continuamente, no alcanzamos esa familiaridad de Padre e hijo con Dios, no crecemos espiritualmente y no aprendemos a dirigir adecuadamente nuestras oraciones. Orar de forma continua nos hace ser verdaderos hijos de Dios. Lo hacemos partícipe de nuestra vida, aprendemos a hablar su lenguaje y podemos sentir su presencia.
Pensemos en la relación de amigos, de qué manera uno va apoyándose en el otro, confiándole su historia, cómo se escuchan y aconsejan, y así caminando juntos se establece un vínculo. Los amigos se conocen cada día más, son capaces de anticipar tantas cosas. Esto pasa en todo tipo de relaciones personales, entre novios, esposos, hermanos, etc. Con Dios ocurre lo mismo, orando siempre, nos sabemos amados, mimados, correspondidos.
Aprender a pedir
Este último punto me lleva a lo siguiente, la cercanía con Dios nos ayuda a saber qué y cómo pedir. La Carta de Santiago nos dice: “Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones”. (Santiago 4, 2-3)
Vean la importancia de todo aquello que hasta aquí hemos apuntado. Primero, Jesús nos asegura que recibiremos todo lo que en oración pidamos, pero debemos aprender a pedir, primero la asistencia del Espíritu Santo, pero no podemos acercarnos a Dios solo en nuestras necesidades, debemos ser amigos íntimos de Dios, ser verdaderos Hijos que caminan de la mano de su Padre. Debemos hablar continuamente con El, cuantas veces podamos en el día.
Aprendamos a rezar el Rosario, vayamos creciendo con pequeñas oraciones que nos ayudan cada día, a veces un simple “Gracias Padre mío, yo también te amo” es una manera bellísima de mirar a Dios con el corazón en medio de nuestras vidas tan ocupadas. Rezando con frecuencia aprendemos a adentrarnos cada vez más en este diálogo personal y amoroso con Dios, a dar nuevos pasos cada día, con un sin fin de frases y oraciones que nos hacen levantar el corazón hasta el cielo y nos ayudan a transformar nuestras vidas.
Al principio uno pide cosas simples, en un asunto de pareja, por ejemplo, que todo salga bien o que él o ella se disculpe por el sufrimiento causado. Con Dios, aprendemos a orar aproximándonos cada vez más a Sus planes y pedimos sabiduría para entender, capacidad para perdonar, para aceptar algunas cosas, de ser mejor, de aprender a ser menos egoístas y que podamos ser ejemplo en la vida de los hijos, se pide la gracia de creer y de responder según los planes de Dios. De esta manera nuestras oraciones se van desplegando hacia nuevos horizontes que van transformando nuestra situación personal.
Aprendiendo a orar con la ayuda de las redes sociales
Algo que disfruto de las redes sociales es que uno puede suscribirse a varias páginas de contenido católico, como Catholic.net, Aleteia, Píldoras de Fe, Luz el Trigal, EWTN y muchas otras más que todos los días te traen oraciones para encontrar el perdón, para invocar al Espíritu Santo, para discernir los planes de Dios en nuestras vidas, para conseguir causas imposibles, para aprender a orar por nuestros hijos, por nuestros esposos (as). Son una gran herramienta para acerarse a Dios de mil maneras según tus propias circunstancias. Puedes guardar y aprender las oraciones que más te gusten y repetirlas constantemente.
Pidamos ayuda al cielo
No olvidemos por último que todos somos hermanos y que donde dos o más estén reunidos en nombre de Dios, esta El mismo presente.
Aunque oremos solos, es de gran ayuda apoyarse en el regazo de nuestra buena Madre María, pidámosle ya sea con el Rosario o con alguna otra oración particular que ore por nosotros, pues su hijo no le negó nada cuando ella se lo pidió. Pidamos a algún santo que también ore por nuestra causa, recemos incluso a nuestro Ángel de la Guarda que se acerque para asistirnos, de esta manera tendremos al cielo rezando por nosotros.
Participar de los Sacramentos
Acercarse a los Sacramentos esta sobreentendido, esto demuestra nuestro interés en demostrarle cuanto lo necesitamos y de reconocernos necesitados de su amor. Ya lo había dicho Jesús que, sin Él, nada podemos hacer.
“No solo de pan vive el hombre” decía Jesús, La Eucaristía es el gran alimento del alma, hay que tener presente que verdaderamente recibimos a Cristo cuando comulgamos, lo tenemos con nosotros.
Si tanto necesitamos a Dios, debemos confesarnos sin miedo. La confesión nos permite despejar los canales por los cuales escuchamos internamente la presencia de Dios.
Orando no solo nos “descubrimos” ante Dios, sino que logramos vislumbrar la manera en que Dios va respondiendo a nuestras oraciones y “viéndolo” de esta manera, lo amamos cada día más y oramos con mayor devoción.
¡Cuán amados nos sabemos cuándo tenemos a Dios viviendo en nosotros!
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