Durante la eucaristía del domingo, encontré una mujer anciana que se acercaba a comulgar. Usaba un andador de esos que usa la gente mayor para sostenerse y se movía con bastante dificultad y cuidado. Iba delante mío. Me sorprendió que no hubiera ministros de la comunión que se aproximaran a los ancianos y gente enferma. Mientras estos pensamientos pasaban por mi cabeza, me vi detrás de esta mujer dejando que la gente pasara para poder acompañarla hasta que alcanzara al sacerdote. Y mientras avanzábamos lentamente, se me ocurrió que, esta ancianita, en su interior, era simplemente un alma joven que corría al encuentro con Cristo. Este pensamiento me conmovió de gran manera, ¡cuánto necesitamos todos de Cristo! Finalmente, el sacerdote se percató de la anciana, se separó de la fila y se acercó para darle la comunión. Detrás de ella pude comulgar yo. La mujer volvió a su lugar con la misma dificultad y lentitud.
Al volver a mi asiento mientras oraba me vi representando una escena a lado de Jesús, acompañándolo hacia el altar. Sentía de qué manera, aquella anciana, que caminaba con dificultad, podía bien haber sido una representación de Cristo cargando su cruz con el cansancio, las heridas y las dificultades.
Una frase de Pepe González me vino a la cabeza: “¿Que no sabes que la Cruz que tu abrazas cada día, es la misma Cruz del Señor?”. Hay momentos durante nuestras vidas que Jesús nos deja llevar “pedacitos” de su Cruz, y este episodio en la misa fue una especie de revelación muy personal pues, hasta la hora de salir, había tenido una mañana complicada y extenuante. Terminé yendo a la misa emocionalmente estresada y agotada. Qué común se nos hace protestar sobre todo lo malo que nos acontece, y que trabajo se da Dios, mostrándonos con ejemplos -a falta de entendimiento- cuál debería ser nuestra actitud frente a los problemas. Y escuchaba en mi interior “Acompáñame”.
Suelo pensar en el silencio que guardó nuestro amado Jesús llevando todo sobre sí mismo, casi como esa anciana, en silencio con sus propias dificultades. Yo solo había tratado de asegurarme de que no perdiera las fuerzas a medio camino, pero no había entendido lo que Jesús quería mostrarme hasta que llegué a mi asiento. Con esta escena mi amado Jesús decía “acompáñame”. Y me invitaba a hacer el mismo silencio, a su lado. Esta actitud es totalmente diferente a la que comúnmente tenemos con los amigos, ir desahogando todas nuestras penas. El “acompañar” a Jesús es una interacción silenciosa, mi camino es la oración y el silencio. Dios sabe todo lo que acontece en nuestro corazón, Él sabe todo el torbellino de emociones que nos atacan, no hay nada más que contarle, solo mirar el camino y aferrarse a Él. El camino será sin duda más sereno en su compañía. Otra frase de Pepe González se me vino a la cabeza: “la Cruz es el camino más fácil, eficaz y rápido de configurarnos con Cristo”. Cuántos frutos podremos obtener de estas experiencias que nos orillan hacia Cristo.
La próxima vez que se me presente un problema, sin duda sabré que es El quien me está llamando para salir a su encuentro y sabré de qué manera “acompañarlo”.
Lorena Moscoso
Luz el Trigal
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